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Hacienda, el ojo que todo lo ve

El ojo que todo lo ve

Tras la lectura del Plan Anual de Control Tributario y Aduanero de 2018 se le queda a uno el cuerpo helado, máxime estos días. El control que tiene la Administración tributaria sobre los ciudadanos sigue en aumento.

Nos encontramos con el fisco más informatizado del planeta, sólo por detrás de la Agencia Tributaria estadounidense. La cantidad de información que suministramos a través de los modelos tributarios resulta comparable a un Show de Truman de los impuestos, donde no hay un movimiento que quede fuera de las cámaras, bueno en este caso, de la Hacienda Pública.

 Conocedora de esta circunstancia, la propia Administración se hace eco de sus logros en materia fiscalizadora, poniendo de relieve en este Plan de Control la eficacia de los relativamente nuevos modelos informativos, como es el modelo 720 y en su día fue el modelo 750. Para aquellos que sepan de qué estamos hablando, este modelo 720 y las sanciones por incumplimientos formales que lleva aparejadas son contrarios a la Constitución Española y al Derecho de la Unión Europea. Pero la Administración, hace caso omiso de este hecho y ensalza lo bien que actúa y toda la información que es capaz de recabar mediante lo que nuestro amigo Esaú Alarcón nos cuenta como el palo y la zanahoria con sus ciudadanos.

Como no podía ser de otro modo, las dos grandes potencias, en lo que a impuestos se refiere, se han unido a través del acuerdo FACTA (Foreign Account Tax Compliance) sobre cuentas financieras existentes en Estados Unidos titularidad de residentes españoles. En igual sentido encontramos el Common Reporting Standard (CRS) para la recepción de información de cuentas financieras titularidad de residentes en España procedente de gran número de países.

A todo esto, debe unírsele la implantación del Suministro Inmediato de Información (SII) por el que la Administración tiene conocimiento casi a tiempo real de los registros de facturación emitida y recibida de más de 50.000 empresas y que representan alrededor del 80% de la facturación global de nuestro país.

Junto con este ensalzamiento del aumento de medios, que permiten que la Agencia Tributaria sepa más de nosotros que nuestros seres más queridos respecto a nuestros agujereados bolsillos (es lo que tiene entrar en el Gran Hermano tributario), la Administración sigue con sus planteamientos sobre qué más puede hacer para destapar el fraude.  En este sentido, podemos leer expresamente:

“Así, es habitual la utilización de técnicas como la de la detección de signos externos de riqueza que resultan poco acordes a los niveles de rentas declaradas, así como la presunción de determinados niveles de rentabilidad financiera inconsistentes con los indicadores de actividad, y es por ello que, mediante la combinación de fuentes de información antes comentada, se simplifica la detección de supuestos de riesgo. En este sentido, se analizará toda la información disponible en registros, administrativos o privados, combinándola con la obtención de información de contraste mediante requerimientos de información a los clientes con los que se relacionan.

(…)

La detección de rentas no declaradas exige, en la práctica, el análisis conjunto de los ingresos declarados, los elementos patrimoniales en los que se manifiestan y el resultado global de las relaciones económicas y financieras que se desarrollan en su propio entorno. En ocasiones, la división artificial de la actividad puede ser la causa que explique por qué se ha producido una reducción de la tributación y un alejamiento de la carga impositiva que el contribuyente debería soportar.”

Si no me dedicara a esto, al leer esta exposición de intenciones incluso estaría de acuerdo con el planteamiento administrativo, porque por supuesto, aquellos que intenten lucrarse en perjuicio del conjunto de la sociedad, deben ser perseguidos. El problema que hace cuestionable este objetivo, es la limitación de la libertad individual y la falta de seguridad jurídica que llevan aparejados.

Puede leerse, está subrayada la cita con toda la intención, que se empieza a hablar de presunciones, de valoraciones conjuntas y de artificialidad. Ahora bien, esto es como cuando una pareja tiene celos de su amante, ya puede éste afirmar y reafirmar que le ha sido fiel que, si el otro quiere ver a un tercero en la relación, lo va a encontrar. Pues lo mismo ocurre cuando el contribuyente, sobre todo el de clase media (que es quien finalmente soporta la mayor parte de la carga impositiva) intenta acreditar que existe una actividad económica real, lícita y declarada.

Es por esta serie de circunstancias, por las que día a día los asesores fiscales observamos perplejos los Planes de Control y somos reticentes a que nos guste. Porque no sólo afecta a casos millonarios y mediáticos, sino que el 90% de estas presunciones las soportan las clases medias, ahogadas, literalmente, con la carga fiscal que han de soportar, pagando justos por pecadores. Y desde aquí un abrazo fuerte para ese pecador de la pradera que se nos fue en fechas recientes.