¿El fin de la austeridad en Europa?: el fondo de reconstrucción Covid 19
Para bien, soplan vientos de cambio en la Unión Europea. Hace un mes me refería al plantón de Italia, a la cumbre europea del 26 de marzo, donde exigía la creación de Coronabonos y Holanda adoptó una actitud repugnante según el Presidente de la República Portuguesa.
Tres semanas después Francia y Alemania han propuesto a sus socios una solución intermedia, la creación de un fondo de reconstrucción dotado con 750.000 millones de euros, de los cuales 500.000 millones serán subvenciones no reintegrables y 250.000 serán prestamos blandos. Ambas partidas se financiarán con deuda emitida por la propia Unión contra su presupuesto anual, que pasará del raquítico 1% del PIB europeo al 5,2%.
Más allá de la intensidad de la ayuda -España recibirá 75.000 millones de euros, aproximadamente el 6,5% de nuestro PIB, Italia recibirá 82.000 millones y Portugal 16.000 millones- lo resaltable es el abandono de la austeridad en política presupuestaria europea.
En la anterior Crisis Europa estaba sumida en las teorías austericidas. Mientras la reserva federal americana y el banco de Inglaterra emitían deuda pública e inyectaba ayudas monetarias para las familias y las empresas, en Europa se hizo lo contrario: en 2009 Trichet, al frente del BCE subió el precio del dinero para mantener la paridad con el dólar. Como si el diagnóstico de nuestros males fuera un problema de balanza comercial con los EEUU. El resultado de ese dislate fue una segunda recesión en 2011. Sólo cuando Mario Draghi accedió a la presidencia del BCE, se inició un plan masivo de inyección de dinero en el mercado comprando deuda pública estatal en manos de la banca privada.
Para entender el daño que hizo la política de apretarse el cinturón, que, empobreciéndola, casi acaba con la clase media española, permítanme que les ponga un símil: Nuestro hospital comarcal funciona a todo rendimiento. Para que los quirófanos hagan su trabajo, dispone de un banco central de sangre para trasfundir a los pacientes. En esto se jubila su director y por méritos accede otro médico; un gran técnico que por currículo se merece dirigir ese departamento. ¡Ah, pero es Testigo de Jehová¡ El cree que todo fallecido en un quirófano, habiendo sido trasfundido, muere en pecado mortal y por ello les niega el banco de sangre a los cirujanos que operan. Bien, ese médico se llamaba Jean Claude Trichet.
Europa fue la última economía en salir de la crisis y la zona euro perdió una década completa: paro estructural, pobreza y dolor, concursos, desahucios y recortes en Sanidad y otros servicios públicos. El Fondo Monetario Internacional también creyó que el problema era el excesivo endeudamiento: recetó dieta severa. Hoy reconoce que se equivocó. Años después de 2008 el FMI admitió que el efecto multiplicador de la austeridad sobre la economía tenía un componente recesivo, muy superior del inicialmente estimado, en términos de crecimiento económico: si pensaba que por cada dólar de recorte en gasto público, el PIB se contraía 50 céntimos, finalmente admitió que se agravaba la deuda al recortar el PIB en 1,5 dólares. En otras palabras, el PIB disminuyó a mayor velocidad que la deuda pública, y como esta se expresa como una fracción del PIB, las políticas de reducción de deuda publica remataron por producir el efecto inverso, incrementándola: miren, se llama “Paradoja de la frugalidad’. La Paradoja de la Frugalidad, o de la Deuda, o de Austeridad, como también se la conoce, es un postulado keynesiano que afirma que en escenarios de recesión, ahorrar puede incrementar la deuda en lugar de reducirla.
El mecanismo es un clásico círculo económico-vicioso donde el incremento de los ingresos destinados al ahorro se traduce en una disminución de los ingresos destinados al consumo. La caída del consumo arrastra la caída de la demanda agregada; al caer la demanda agregada, caen los ingresos de los ciudadanos, y pese a destinar a ello un porcentaje superior de los ingresos, su disminución hace caer el ahorro real, en contra de lo pretendido.
Lo explicaré con unas sencillas ecuaciones para que lo entiendan los abogados tributaristas.
Sea D, La deuda del año x y sea 100; siendo el PIB también 100. Así se facilitan los cálculos, pues la deuda se expresa como un porcentaje del PIB: D=100%. Ese país endeudado recibe la orden taxativa de la ‘Troika” para instaurar un programa de ajuste.
Veamos qué sucedió a la postre según el FMI.
Tras un duro programa de austeridad, la nueva deuda es D’ (léase: de prima).
Y esa deuda disminuyo nominalmente en un dólar.
Luego D’=99%D
También sabemos que el PIB disminuyó en 1,5 Dólares. Luego PIB’=98,5PIB
Luego, sustituyendo, la nueva deuda porcentual es:
D’/PIB’x100= 99/85x100=100.5%.
Es decir la nueva deuda es superior a la anterior y supera en medio punto el PIB. Eso es lo que sucedió en el mundo según el FMI por las políticas de austeridad. Por eso España no aprovechó para reducir su deuda en estos años de bonanza y tiene aún hoy los deberes sin hacer desde 2008. Quiero recordarles que yo no soy dirigente del FMI, pero estudié la paradoja de la frugalidad con 20 años, en tercero de carrera.
En la campaña de las presidenciales estadounidenses que enfrentaron a Bill Clinton contra Bush (padre) se hizo famosa una frase ofensiva que proferían los asesores del primero a los asesores del segundo: ¡Es la economía, imbéciles¡ Y no les faltaba razón. Algún día habrá que estudiar por qué entre mi profesión, los economistas, existe una tasa de cretinos ausente entre los médicos, los abogados o los ingenieros. Creo firmemente que es la proximidad de la ideología a la economía política.
En 1º de carrera, en ‘Introducción a la Economía’, los estudiantes aprenden a distinguir la economía positiva de la economía normativa. La primera estudia las leyes objetivas que regulan la oferta y la demanda, la teoría del valor y la formación de los precios. Estudia en fin, lo que es y como funciona. La segunda estudia lo que debería ser. Estudia las herramientas de política económica para producir objetivos deseables en la economía. En Economía política, el economista tiene derecho a optar. Y esa opción estará legítimamente influida por la corriente de pensamiento ideológico al que se abona. Un economista neoliberal pensará que el mercado asigna correctamente los recursos y por ello el Estado debe adelgazar. Pensará que los impuestos siempre son recesivos y deben decrecer. Otro, socialdemócrata, afirmará que el mercado sólo no puede asignar recursos para necesidades de interés general y que vale la pena sacrificar algún punto de la tasa de crecimiento para financiar políticas de igualdad y de lucha contra la pobreza, mediante la redistribución de rentas.
Ambas son opciones legítimas. Pero donde no hay opciones legítimas es en la economía positiva. Cuando se retuercen los hechos y se fuerzan las leyes para demostrar la certeza de las percepciones subjetivas y la superioridad intelectual de los dogmas ideológicos propios, sobre los demás, se termina por decir burradas,… y finalmente por cometerlas.
Pues bien, ahora solo quedan 4 países a los que llamamos ‘frugales’ en Europa: Holanda, Dinamarca, Austria y Suecia. Son pequeños pero en el club europeo, en las reformas, rige la regla de la unanimidad, no la mayoría. De donde deduzco dos cosas: que la propuesta de la Comisión Europea es un planteamiento de máximos; olvidémonos de que el Parlamento Europeo exigió a la Comisión un plan de choque muy superior: 1,5 billones de euros. Y deduzco también que la propuesta de la Comisión va a ser afeitada por los frugales: bien recortando su importe, bien imponiendo condiciones adicionales a las ayudas.
Pero lo que ya no podrán parar son los vientos de cambio. Un presupuesto comunitario del 5,2% del PIB, con ser ridículo frente al presupuesto federal americano, es el embrión de una política fiscal y monetaria. Europa poco a poco dejará de ser, en el plano de las políticas presupuestarias, el pollo sin cabeza que corretea antes de morir. Christine Lagarde ha entonado el mea culpa por los errores cometidos cuando dirigía el FMI y está firmemente comprometida con la expansión cuantitativa. Después de escribir este post, el BCE anunció un programa masivo de compra de deuda por importe de 1,3 Billones de Euros. Recientemente, lo cuenta el Profesor Adame en un post reciente, un influyente grupo de profesores universitarios, economistas y tributaristas de prestigio, firmó un manifiesto que lleva por título “La solidaridad europea requiere impuestos de la Unión Europea ” con el objetivo de abrir un debate en las instituciones europeas. Señalan con claridad los dos enfoques opuestos. Frente a los estados del norte que apuestan por mantener un control nacional sobre el presupuesto de la Unión, están los que desean avanzar hacia una mayor integración, reforzando la solidaridad. Con transferencias en materia tributaria y presupuestaria a las instituciones de la UE. Afortunadamente, todo parece indicar que, esta vez sí, Europa está en el buen camino.
Ese embrión de presupuesto europeo bien podría ser el impuesto a las multinacionales tecnológicas que hoy no pagan en Europa gracias a políticas fiscales como la holandesa, y también los impuestos a las emisiones de carbono. Por consiguiente el Gobierno de España debe abstenerse de aprobar esos impuestos, porque resultarán más útiles aprobados por Bruselas. Y también debe abstenerse de aplicar las restantes subidas de impuestos que llevaba en su programa y que se disponía a aprobar cuando cundió la peste: Si el Gobierno finalmente sucumbe a la tentación de subir los impuestos para cuadrar las cuentas, nos sumirá en otra década de depresión.
Lo sé perfectamente. Sé que hay idiotas ilustres que le exigen al Gobierno alcanzar ya el equilibrio presupuestario con una urgente reforma tributaria. Están por todas partes. En Holanda pero también en casa; en las tertulias, en las TV, en las redacciones de los periódicos. Incluso, por motivos de signo opuesto, están también dentro del Gobierno.
Hoy el déficit cero no forma parte de la solución: es el corazón del problema. El deber del Gobierno es endeudarse con deuda perpetua y gastar, porque la ciencia económica nos enseña que las crisis de demanda se combaten con déficit presupuestario.
Por eso sostengo que España corre el riesgo de quedarse corta, nunca de excederse: Alemania inyectó en Lufthansa 9.000 millones de euros y ahora acaba de aprobar ayudas a sus empresas por 996.000 millones de euros, el 29% de su PIB.
En el otro extremo está España: hasta el 1 de mayo había gastado por todos los conceptos 27.000 millones, el 4% de nuestro PIB. Diez veces menos que Alemania y sólo tres veces más de lo que ellos inyectaron en su aerolínea. Luego basta ya de pedirle sandeces al Gobierno, porque reprocharle que nos ayuda poco a los autónomos y simultáneamente exigirle que cuadre el presupuesto, equivale a pedirle que suba los impuestos.
Antón Beiras Cal
Economista. Auditor. Abogado Tributarista
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