La verdad del recibo de la luz: el cazador cazado
Todos mienten. Sin excepción. Un velo de oscuridad ha caído sobre el precio de la luz; como si ya no fuera ininteligible por los consumidores el propio recibo.
La ministra de hacienda Sr. Montero, ha culpado al PP: "el paso del señor Rajoy por La Moncloa fue nefasto para la política energética" porque "se cargaron el impulso de las energías alternativas". Miente.
Unidas Podemos va aún más lejos. Afirma que la culpa es del gobierno de Aznar y culpa “al sistema de subastas marginalistas concebido por el gobierno de Aznar”. Echenique culpa a “la especulación de las eléctricas contra el gobierno de progreso”, Sin reparar que las eléctricas facturan con arreglo a un mercado regulado desde Bruselas. También mienten.
La ex ministra del PP, Ana Pastor culpa “Al gobierno social comunista, que no deja a nadie detrás, de multiplicar por tres la factura de la luz”. Según la Sra. Pastor, el gobierno social comunistas es el responsable de la ley de leyes del sistema capitalista, la ley de oferta y demanda. Un chiste. Un chiste de muy mal gusto que insulta nuestra inteligencia.
La verdad es otra.
La verdad es que la Comisión Europea, forzada por nosotros, los economistas comprometidos con la lucha contra el cambio climático, indexó el precio de la luz al coste de su generación mediante gas natural. Eso es lo que significa ‘subasta marginalista’ que Unidas Podemos atribuye a Aznar.
La electricidad puede producirse mediante energías diversas: la nuclear, el carbón, las renovables (eólica y solar) y el gas. La producción de energía mediante el carbón y el gas es más cara porque consume otras energías. La nuclear casi no consume, porque la radioactividad una barra de uranio dura décadas. Y las renovables consumen energías gratuitas, que están disponibles en la naturaleza, como el sol, el viento, el caudal de los ríos y las mareas.
Los economistas urgimos a la Comisión Europea a que ajustara el precio de la luz al coste de su producción por gas, pese a ser una parte muy pequeña de la energía eléctrica producida. En el gráfico 1 se detalla la participación en la tarta eléctrica de los distintos procesos productivos.

El porcentaje de energía producida con gas (ciclo combinado) es sólo el 17.5% del total producido. La nuclear es el 22,2%. Y las renovables (hidráulica, solar térmica, solar fotovoltaica y eólica) suma el 42%.
Al indexar el precio de la luz al coste de producción de la más cara, el gas, los economistas buscábamos el incremento en la tarta de las energías renovables, para impulsar la lucha contra el cambio climático. Si el beneficio de producir electricidad mediante energías renovables se dispara, porque se vende al precio que cuesta producirla con gas, los capitales invertirían en parques eólicos, buscando la mayor rentabilidad, buscando un Óptimo de Pareto que maximizara sus beneficios. A esto se llama subasta marginalista: el precio lo marca el coste del más caro, de quien sólo contribuye a la producción de una pequeña parte de la energía consumida, el 17,5%.
Al regular así el mercado, alteramos la curva de la oferta. Quienes no tiene costes directos en producir energía estarían dispuestos a venderla a cualquier precio, incluso a un euro, en términos teóricos. Porque tanto les tiene tener el molino parado cuando no hay viento, que en movimiento. Tanto les tiene tener el parque solar sin producir por las noches, que produciendo mucho los días de sol, o poco los nublados. Esto se explica en el grafico 2, que representa la curva de oferta y demanda alterada por la subasta marginalista. 
Como se puede observar hay oferta desde un euro megavatio hora: es la línea horizontal en verde, donde sólo las renovables ofrecen energía. Súbitamente crece a partir de un precio, a partir del cual otras fuentes se interesan en producir y vender energía que la economía demanda: la línea azul.
La lógica subyacente es incentivar la producción mediante procedimientos no contaminantes, como las tecnologías eólica o solar, cuyos costes marginales son muy reducidos, por lo que se benefician así́ de la retribución fijada a partir de las tecnologías con costes mayores, que son las más contaminantes. Con ello buscábamos el progresivo abandono de esas tecnologías, sucias y más caras, y su sustitución por las tecnologías renovables, más baratas.
Y en esto llegó la pandemia y el confinamiento con la caída del consumo industrial y en menor medida, el doméstico. Y más tarde llegaron las vacunas y la súbita reactivación económica, que tiró del precio del gas hasta la increíble cantidad de 45 euros el megavatio hora.
Pero ahí no termina la cosa: la combustión de los hidrocarburos emite agua y CO2, y el gas es un hidrocarburo volátil. En el protocolo de Paris, contra el cambio climático, se exigió a las industrias contaminantes que tenían que comprar derechos de emisión, precisamente para encarecer su producción y promover su sustitución por industrias no contaminantes.
Es decir, se decidió la cantidad máxima anual de CO2 que podría ser emitida a la atmósfera. Esa cantidad se troceó en paquetes de una tonelada. A ese paquete se le llamó ‘Bono de Carbono’. El precio del bono lo pondría el mercado con arreglo a la ley de oferta y demanda: Si se emitía mucho, el bono subiría por presión de la demanda. Si se emitía poco, descendería. Se trataba de poner al servicio de la lucha contra el calentamiento global a la ‘mano invisible’ de Adam Smith.
Luego las centrales de ciclo combinado, no sólo tienen que pagar el gas por las nubes, sino comprar ‘bonos de carbono’, para financiar sus derechos de emisión’. Los bonos de carbono, con la reactivación económica post-vacuna, se dispararon hasta el precio de 55 euros la tonelada de CO2 emitida a la atmósfera.
Así lo que los economistas concebíamos como un suave desplazamiento de las tecnologías fósiles hacia las tecnologías renovables, resultó ser un abrupto desajuste entre la demanda creciente, y la oferta estable del gas natural.
Y la inmediatez no permite el desplazamiento de los capitales productivos a las tecnologías renovables, porque los parques eólicos no se multiplican por 3 de la noche a la mañana. De la noche a la mañana se multiplica por 3 el recibo de la luz, como así ha sucedido, que ha pasado de los 40 megavatios hora a los 120 megavatios hora.
Así es como indexando al gas, responsable del 17,5% de la producción de la electricidad, el precio del 100% de la energía, resultó que un enorme incremento del precio en un pequeñísimo factor productivo, se trasladó a la totalidad del precio de la energía producida. La consecuencia directa es lo que ahora sucede, que pagamos la luz a 120 euros el megavatio hora: ¡el cazador cazado!
La ministra de transición ecológica, Teresa Ribera, ha solicitado por carta al Vicepresidente de la Comisión Europea que se suspenda el sistema de subasta marginalista para fijar el precio de la electricidad. La semana pasada contestó el vicepresidente Sr. Frans Timmermans, también por carta, negándose en redondo: en su respuesta afirma que el actual sistema de formación de los precios está prestando un gran servicio a la lucha contra el cambio climático. De donde se deducen dos cosas. La primera, que en corto plazo este asunto tiene muy mala comida. La segunda, que la solución a corto plazo no está en el tablero político doméstico. Nacionalizar concesiones hidráulicas que vencen en los próximos 15 años no es una política a corto plazo. Y expropiarlas es antijurídico y las indemnizaciones más caras que el propio gas.
A ello debo añadirse que hay dos formas de pagar la luz. La primera, con un suelo alto en el precio; una especie de tarifa plana, pero cara. Los acogidos a ese sistema no asumen el riesgo de incrementos en el coste de producción. Los países nórdicos, más conservadores, mayoritariamente pero con excepciones, se acogieron a ese acuerdo.
La otra forma es pactar un suelo mucho más bajo en el precio, pero entonces las eléctricas trasladan al consumidor el riesgo de incrementos en el coste. España y Portugal, entre otros, hemos sido más atrevidos y mayoritariamente acordamos este otro acuerdo.
Nos fue muy bien durante muchos años, desde el 2013. Pero en el 2021 ha sido la debacle. Por eso los consumidores Españoles y Portugueses soportamos unos incrementos en el recibo muy superiores a los franceses o alemanes.
Esta es la verdad del precio de la luz. La verdad es que no contábamos con la pandemia.
La verdad es que los eco-economistas la hemos cagado con todo el equipo.
Antón Beiras Cal
Economista. Auditor. Abogado Tributarista
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